Se trata de las B-esterasas, unas proteínas que funcionan como enzimas de hidrólisis –sirven para romper moléculas más grandes- y se encuentran en el plasma de las tortugas.

Entre 70.000 y 130.000 toneladas de microplásticos (fragmentos de <5 mm) y entre 150.000 y 500.000 toneladas de macroplásticos (el equivalente a 66.000 camiones de la basura) acaban en el Mediterráneo y otros mares europeos cada año. Ahora, un nuevo estudio del Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC) de Barcelona y la Fundación Oceanogràfic de Valencia ha hallado unas proteínas, las B-esterasas –que funcionan como enzimas de hidrólisis, es decir, para romper moléculas más grandes- que son capaces de estimar la exposición de las tortugas marinas al plástico.
En 2019, la Unión Europea, a través de la Directiva Marco de Estrategia Marina, propuso el uso de la tortuga boba (Caretta caretta) como centinela de la contaminación ambiental del Mediterráneo. Sin embargo, hasta la fecha, la comunidad científica desconocía que estos biomarcadores, tradicionalmente usados para evaluar la exposición a pesticidas, podrían informar también de la exposición de estos quelonios a componentes químicos de los plásticos.
“Los resultados de nuestro trabajo, en el que hemos contado con el apoyo de los pescadores y centros de recuperación, ponen de relieve la susceptibilidad de las tortugas a reflejar la exposición a ciertos componentes plásticos y, en particular, a sus aditivos químicos”, expone Montserrat Solé, investigadora del ICM-CSIC y autora principal del trabajo.
Para la elaboración del estudio, publicado recientemente en la revista Science of the Total Environment se analizaron un total de 191 muestras de plasma de tortugas del Centro de Recuperación ARCA del mar del Oceanogràfic de València correspondientes a individuos salvajes que se encontraban en fase de recuperación tras haber sido capturados de forma accidental por los pescadores.
“La colaboración entre diferentes instituciones en el estudio de la fauna silvestre amenazada no sólo permite devolver la salud a estos animales, sino que también ofrece una oportunidad única para realizar estudios que puedan contribuir significativamente al conocimiento y a la conservación de las especies”, apunta en este sentido Daniel García-Párraga, director científico de la Fundación Oceanogràfic y director de Operaciones Zoológicas del acuario
“Un ejemplo de ello -continúa García-Párraga- es este estudio entre el ICM-CSIC y el Oceanogràfic de Valencia, que pone de manifiesto el valor de los centros de recuperación para seguir avanzando en el conocimiento del medio marino y la preservación de su biodiversidad”.
El equipo investigador también confirmó que el estrés causado por el manejo de las tortugas durante su captura no altera la respuesta de estos biomarcadores, lo que avala el uso de estos parámetros en animales capturados accidentalmente, y su uso como centinelas de la contaminación plástica en el océano. De hecho, ya se ha empezado a trabajar con los delfines del Oceanogràfic para ampliar el uso de las B-esterasas también como biomarcadores en cetáceos.
Estudios anteriores recientes con tortugas, liderados por el ICM-CSIC en colaboración con la Fundación CRAM, ya habían propuesto el uso de las B-esterasas como biomarcadores de exposición al plástico en tortugas bobas. En este caso, los ensayos in vitro en el laboratorio permitieron advertir que estas moléculas se inhiben –es decir, dejan de funcionar- por una gran variedad de contaminantes, incluidos algunos aditivos plásticos como pueden ser los retardantes de llama.
De cara a futuras investigaciones, el equipo pretende complementar, y validar, el uso de estos biomarcadores con la incidencia plástica en excretas de tortuga enmarcadas en el proyecto CAQUA de la Universidad de Montpellier. El objetivo final es poder implementar estas medidas en especies marinas capturadas accidentalmente y exportar esta metodología de bajo coste a países con menos recursos económicos.