Se trata de un experimento del ICM, la UPC y la UAB en el observatorio submarino OBSEA para ver cómo afecta la presencia del cadáver sobre las comunidades bentónicas y de peces de la zona.
Hace unos días, un ciudadano de Blanes (Gerona) alertó de la presencia, junto a la arena de la playa de S'Abanell, de un delfín muerto de la especie Stenella coeruleoalba, una de las más comunes en el Mar Mediterráneo. Con el fin de determinar las causas de su muerte, el animal fue trasladado a la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Después de realizar la necropsia el cadáver se llevó al observatorio submarino OBSEA de Vilanova y la Geltrú (Barcelona), donde un grupo de investigadores del Institut de Ciències del Mar (ICM), la facultad de Veterinaria de la UAB, el Departamento de Territorio y Sostenibilidad de la Generalitat y el grupo SARTI-MAR de la Universitat Politècnica de Catalunya · BarcelonaTech (UPC) que opera el OBSEA- lo fondearon frente a la cámara de videovigilancia del Observatorio para estudiar el efecto de su presencia sobre los ecosistemas bentónicos y las comunidades de peces -incluidas las especies comerciales- de la zona.
Esta información se complementará con datos de la temperatura y la salinidad del agua, así como de la velocidad y dirección de las corrientes en este punto, entre otras variables ambientales.
"Durante los últimos años hemos estudiado la presencia y ausencia de especies en función de estas variables, pero ahora la presencia del delfín puede alterar los resultados que hasta ahora teníamos y atraer especies que no veríamos en condiciones normales", expone Joaquín del Río, director del grupo de investigación SARTI-MAR de la UPC y responsable del OBSEA.
"Todo esto ayudará a interpretar los procesos ambientales asociados a la descomposición del cadáver en ambientes costeros con tecnología innovadora", añaden Jordi Grinyó y Jacopo Aguzzi, investigadores del ICM.
Este tipo de experimentos aún no se habían llevado a cabo en aguas mediterráneas, por lo que se desconocen los principales actores implicados en la descomposición de cadáveres de mamíferos marinos en el Mediterráneo, entre los que se encuentran desde bacterias hasta cefalópodos o depredadores como los tiburones.
En otras zonas del mundo, en cambio, sí se han realizado estudios similares en ecosistemas bentónicos del mar profundo. En 2002, por ejemplo, científicos del Monterey Bay Aquarium Research Institute (MBARI) de California (EE.UU.) pudieron observar, gracias a un robot submarino, como una ballena muerta en el lecho marino provocaba importantes cambios espaciales y temporales en la comunidad marina local. Por su parte, en 2017 la Agencia Japonesa para la Ciencia y la Tecnología Marítimo-Terrestres (JAMSTEC) realizó, junto al ICM, las mismas observaciones con una carcasa de ballena situada a 500 m de profundidad.
"La monitorización de alta frecuencia y en tiempo real de la evolución del ecosistema es posible gracias a la infraestructura actual del observatorio OBSEA, donde durante los últimos años se han desarrollado proyectos de investigación como el RESBIO (UPC-ICM) que posibilitan justamente el monitoreo remoto de indicadores biológicos", explica del Río.
La caída en el fondo marino de un mamífero marino puede aportar una cantidad de materia orgánica equivalente a la que cae durante varios miles de años a través de la columna de agua en forma de nieve marina. Esto son, los restos de organismos marinos que mueren en el océano y no son consumidos por sus depredadores.
Según se ha podido observar en otras ocasiones, cuando un mamífero marino cae al fondo, los animales carroñeros tienen suficiente con pocos días para consumir la carne que recubre los huesos del cadáver. A partir de ahí, diferentes poblaciones de gusanos poliquetos, crustáceos, moluscos y otros invertebrados oportunistas colonizarán la superficie de los huesos en pocos meses.
Finalmente, cuando estas comunidades hayan ingerido todo el material orgánico fácilmente digerible, entrará en acción la comunidad bacteriana, que acabará de aprovechar las grasas y aceites que se encuentran en el interior de los huesos del cadáver. Al mismo tiempo, este proceso liberará compuestos que servirán para alimentar otro tipo de microorganismos, en este caso quimiosintéticos, de los que vivirán otros organismos.