En el “A Fondo” de este mes hablamos del Gran Apagón Ibérico, sus causas y consecuencias con nuestro compañero Antonio Turiel (ICM-CSIC), una de las voces más críticas con respecto a la transición energética convencional.

El 28 de abril de 2025, la península ibérica se sumió en la oscuridad. Desde las grandes ciudades hasta los pueblos rurales, millones de personas quedaron sin electricidad durante horas. Más allá de las incomodidades cotidianas —ascensores detenidos, semáforos apagados, comunicaciones caídas—, lo que se vivió esa jornada fue un síntoma de una crisis energética más profunda, una que el investigador del Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC) Antonio Turiel llevaba años advirtiendo. Su charla titulada "Causas y consecuencias energéticas y ambientales del gran apagón ibérico", ofrecida poco después del evento, no solo sirvió como diagnóstico técnico, sino como una llamada urgente a repensar el modelo energético vigente.
Turiel, físico, matemático y una de las voces más críticas con respecto a la transición energética convencional, expuso lo que, a su juicio, fue una tormenta perfecta: una red eléctrica saturada por el crecimiento abrupto de la producción fotovoltaica, una infraestructura obsoleta, y una gestión política e industrial que ha priorizado beneficios inmediatos sobre la estabilidad a largo plazo.
Según el investigador, la raíz del apagón no fue tanto la falta de generación como su descoordinación. En los últimos años, España ha experimentado un boom en instalaciones solares, tanto a nivel doméstico como industrial. Este crecimiento, celebrado por gobiernos y mercados como un triunfo verde, ha tenido su lado oscuro: muchas de esas plantas no cuentan con estabilizadores de red, dispositivos esenciales que permiten mantener el equilibrio entre la oferta y la demanda de electricidad y otras características de la señal eléctrica, como el voltaje y la frecuencia. Sin ellos, la producción fotovoltaica se convierte en una fuente inflexible, incapaz de responder a los problemas que a veces se presentan en la red y por eso, en caso de incidencias importantes, no puede responder a ellas.
“El sistema eléctrico está diseñado para funcionar como una orquesta bien afinada, donde cada instrumento entra en el momento justo. Pero lo que tenemos ahora es una cacofonía de violines desafinados”, expuso Turiel en su intervención. Cuando, en la tarde del 28 de abril, una alta producción solar coincidió con una baja demanda y una débil capacidad de ajuste, el resultado fue un colapso técnico en cadena.
Según el investigador, si las compañías eléctricas hubieran invertido en los sistemas de estabilización necesarios y no hubieran presionado para relajar las normativas al respecto, el apagón no se hubiera producido. Asimismo, el investigador destacó que el gobierno había aprobado en 2022 una normativa para la conexión a la red de alta tensión que exige de facto la incorporación de estos dispositivos, pero que no afecta a todo lo instalado con anterioridad a esa fecha.
Más allá de la cuestión técnica, Turiel colocó el apagón en un contexto mucho más amplio: el de los límites físicos y ecológicos del sistema energético actual. A su juicio, la transición energética tal como se está llevando a cabo —sustituyendo combustibles fósiles por renovables sin reducir significativamente el consumo— no es sostenible.
“Nos estamos engañando si creemos que podemos seguir viviendo igual, simplemente cambiando de fuente de energía”, sentenció. A su juicio, el riesgo de colapso no es solo eléctrico, sino civilizatorio.
Este diagnóstico es coherente con sus análisis anteriores, donde ha insistido en que el acceso a la energía barata y abundante ha sido una anomalía histórica más que una norma. En un planeta finito, con materiales limitados y una biosfera al borde del colapso, la idea de un crecimiento perpetuo impulsado por tecnologías limpias se antoja tan peligrosa como ilusoria.
Para Turiel, el gran apagón no es una excepción sino una advertencia. Una muestra de lo que puede ocurrir si no se reorienta el rumbo de la transición energética hacia un modelo más racional, descentralizado y, sobre todo, sobrio en consumo. Por ello, el experto aboga por avanzar hacia un sistema donde la demanda se ajuste a la oferta y no al revés, lo que implicaría un cambio profundo en nuestros hábitos de vida: menos movilidad, menos consumo, menos dependencia tecnológica.
Por supuesto, esta propuesta no es fácil de digerir ni de aplicar. Supone romper con décadas de políticas orientadas al crecimiento, con intereses económicos de gran envergadura y con una ciudadanía poco dispuesta a renunciar a su confort. Pero el investigador insiste “no se trata de elegir entre cambio o continuidad, sino entre cambio planificado o colapso forzoso”.
En ese sentido, también apeló al papel del Estado:
“Un sistema eléctrico resiliente no puede dejarse en manos de las lógicas del mercado”. A este respecto, Turiel asegura que es necesaria una intervención pública que garantice la inversión en infraestructuras críticas, promueva el acceso equitativo a la energía y eduque a la población sobre la necesidad de una transformación profunda.
Las consecuencias del apagón fueron múltiples y aún se siguen evaluando: pérdidas económicas, interrupciones en servicios esenciales, parálisis del transporte y, sobre todo, una sensación generalizada de vulnerabilidad. Pero si algo dejó claro esa noche fue que la seguridad energética no puede darse por sentada. Y que detrás de cada enchufe, cada bombilla y cada electrodoméstico, hay una red compleja cuya estabilidad depende de decisiones técnicas, políticas y sociales que no pueden seguir posponiéndose.
En palabras de Turiel, “lo que ocurrió no es un fallo puntual, sino un síntoma de que estamos jugando con fuego. Y cuanto más tardemos en reaccionar, más probabilidades hay de que este incendio nos devore”.
La charla terminó con una nota esperanzadora, aunque realista. “La salida existe, pero requiere voluntad política, conciencia ciudadana y una transformación profunda de nuestro modelo de vida”. No se trata de volver a las cavernas, como caricaturizan algunos, sino de encontrar un nuevo equilibrio entre tecnología, ecología y justicia, advirtió. Uno en el que la luz no dependa solo de lo que pasa en los paneles solares, sino de lo que ocurre en nuestras conciencias.